CONTANDO ESTRELLAS EN PUNTAGORDA

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CONTANDO ESTRELLAS EN PUNTAGORDA

Horacio Concepción García

Horacio Concepción

Horacio Concepción

Las estrellas son un fulgor en la oscuridad, cándidos soles que evocan la idea de nacimiento y posteridad, es decir, un símbolo del espíritu. Los luceros iluminan de noche la bóveda celeste, cuando se apaga la llama sublime del día, y además han servido de guía, pues desde un principio el hombre creyó que el cielo era la morada de los dioses. La astronomía popular constituye un mundo original e interesante que nos han legado nuestros antepasados, unas experiencias acumuladas durante siglos en los campos y noches de Puntagorda.
En los albores de la humanidad, el mundo perceptible estaba ceñido a los límites del horizonte. Los antiguos por las noches tenían la maravillosa ceremonia de los cielos sembrados de estrellas. Para todos los pueblos agricultores y pastores el conocimiento del cielo ha sido fundamental. La visión de ciertas estrellas en el firmamento marcaba futuras condiciones esenciales.

Así, el modo de situarse en el ciclo anual de la Naturaleza, para conocer el momento de la labranza, de la siembra, de la trashumancia, etc., fue resuelto mediante la asociación a las apariciones y desapariciones de determinados grupos de estrellas o de la luna, ciclo que depende básicamente del sol y de sus vaivenes en el cielo.
Si prescindimos de la precesión de los equinoccios, el desfile de todas las estrellas en la esfera celeste de este a oeste tiene el mismo período que el año solar (causante de las estaciones). «Dijo Dios, haya luceros en el firmamento celeste, para separar el día de la noche, y sirvan de señales para distinguir las estaciones, los días y los años; y luzcan en el firmamento del cielo para iluminar la tierra». En la astronomía popular de Puntagorda las estrellas se convertían en relojes que indicaban el tiempo a los humildes puntagorderos y puntagorderas, ya que hasta no hace muchas décadas: «relojes tenían los ricos, los pobres no». De la «Estrella del Día» o el «Lucero del Alba» (el planeta Venus, el objeto más luminoso en el cielo después del Sol y de la Luna), cuando era visible hacia el este al amanecer: «se decía que era la última estrella que se va, y cuando se veía indicaba que ya era tiempo de empezar con las labores del campo». Sin embargo, cuando su visión ocurría hacia el oeste al atardecer se la denominaba «Lucero de la tarde» o «Estrella del Gofio», porque: «es la primera que se ve al empezar a anochecer y era el momento de escaldar el gofio para cenar». Otra expresión alusiva Venus describe que: «si caminaba pá abajo, sería bueno el año venidero». Con la aparición de la Osa Mayor (conocida también como El Carro o El Cazo) en la noche, comenzaba el momento en que las mujeres se aprestaban a amasar un peloto de gofio en el zurrón que se podía acompañar por: «un diente de ajo, una pelotita de hierbas del campo, con un fisquito de agua y vinagre, ese era el mojo para salir a trabajar».

En Puntagorda la aparición de «La Yunta» o «Las Boyeras» (Betelgeuse y Rigel), dos estrellas brillantes que simbolizan los bueyes que tiran del arado, señalaban que: «quedaban dos o tres horas de noche».
Horacio Concepción

Miguel Pérez Calero

Al lado de «La Yunta» estaba «El Arado» (Orión), que cuando salía (entre agosto y noviembre) se sabía que: «quedaban unas pocas horas de noche», estas estrellas salen en posición sureste.

«Las Cabrillas al amanecer, pastores al pasto a pastar; Las Cabrillas al atardecer, pastores al monte a guardar».

En este caso, la referencia astronómica actúa como marca cronológica que indica al pastor lo que toca hacer en cada momento. El orto matutino de «Las Cabrillas» o «Las Siete» (Las Pléyades) tiene lugar a mediados de mayo y marca el inicio del verano, la época bonancible en la que el pastor debe conducir a su rebaño en busca de pastos. La segunda mitad del refrán alude al orto vespertino de Las Cabrillas que anuncia la llegada de la época invernal, cuando el pastor deberá resguardar su rebaño de los rigores borrascosos.

Su aparición también indicaba el inicio de la jornada y animaba a levantarse de la cama, también salen en posición sureste. Las Tres Marías o Los Tres Reyes Magos (Mintaka, Altinak y Alnilam) es un conjunto de tres estrellas dispuestas en línea recta especialmente visibles en invierno a partir de las once de la noche, situadas en el cinturón de Orión: «saliendo en octubre si eran visibles invierno lluvioso».

Las estrellas en el cielo
se mudan de aquí pá allí,
así se mudan mis ojos
de otro pá quererte a ti.

La astronomía (en un principio ligada a la astrología) surge en las civilizaciones de la antigüedad por la necesidad de crear un calendario y poder predecir diversos fenómenos celestes. Así, en las agrupaciones de estrellas se empezaron a localizar elementos sobrenaturales; personajes apocalípticos o venerados, benéficos o maléficos, que podían interceder ante las divinidades. Además, en estas culturas las creencias astrológicas eran de gran importancia, y por eso era necesario tener un registro fiable de: eclipses; fases lunares; cometas; de fotometeoros (como los arcoíris); etc.; que podían señalar acontecimientos futuros en la vida de los pueblos y de sus soberanos.

Las supersticiones y predicciones con respecto a las estrellas son tan pretéritas como la propia humanidad. Según las Sagradas Escrituras, al nacer Jesús, los Magos de Oriente declararon que habían visto su estrella brillar en el firmamento, la cual les guio hacia el lugar de su nacimiento.
Horacio Concepción

Miguel Pérez Calero

Así, se originó la idea de que las estrellas brillantes indicaban una natividad. En el pasado se creía que cada estrella era el alma de una persona o que una estrella fugaz representaba a un recién nacido, cayendo el astro en el lugar donde nacería el niño. Un deseo formulado cuando la estrella iba cayendo se cumpliría con seguridad, pues pedirles un deseo equivalía a reconocer su poder.

Por otra parte, el contar de las estrellas se consideraba de mala suerte: «Es malo contar estrellas y peor señalar hacia ellas al contarlas, porque saldrán verrugas en las manos». Si en el contar de las estrellas salían verrugas en las manos, había que curarlas «vendiéndolas».
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El afectado debía dejar caer en un cruce de caminos, sin mirarlo después, un pañuelo, pañito o trozo de tela en el que hubiera envuelto tantas piedras de sal como verrugas tenía, y luego proclamar: «verrugas traigo, verrugas vendo, aquí las dejo y me voy corriendo». Así, las verrugas acabarían afectando al primero que pasase por aquel lugar, y le saldrán tantas como tenía la persona que las traspasó. Otro de los remedios usados en siglos pasados en Puntagorda para deshacerse de las verrugas, consistía en dibujar en el suelo tantas cruces como verrugas se tuviera, tapando posteriormente las cruces con una gran piedra, rezar un padre nuestro y no volver nunca más a ese lugar.

«Trabajar y dormir. Así, día tras día, a veces en largas noches invernales o del caluroso verano en Puntagorda, se asistía a las gallofas y a menudo se salía de madrugada, con la única luz del candil de las estrellas. También estaban los hachos de tea, que era con lo que nos iluminábamos, luz mortecina que iluminaba las veredas y caminos llenos de polvo, piedras y hoyos».
Horacio Concepción

Miguel Pérez Calero

El mirador astronómico Roberto Rodríguez Castillo, se encuentra ubicado en la montaña de Miraflores o del Lucero, la cual debe su nombre a «el Viejo Lucero», Nicolás Lorenzo Hernández, apodado de esta forma porque una de las actividades que realizó durante su vida fue la pesca, donde como marinero tenía sus puntos especiales de referencia en el cielo. Si nos situásemos en este mirador y contemplásemos la Vía Láctea (también conocida como el Camino de Santiago), esa gran cenefa blanca sembrada de estrellas que atraviesa el cielo, vislumbraríamos que esta contiene aproximadamente unos 150 mil millones de estrellas. Para contar 150 mil millones de estrellas a razón de una por segundo, hacen falta más de 41.665.500 horas, es decir, necesitaríamos cerca de 4.756 años para realizar esta labor.

Según la heráldica las estrellas, el sol, la luna, y demás cuerpos astrales, tienen su propia simbología, que depende de su forma, número de puntas, color, etc. Las estrellas se han utilizado profusamente en muchos escudos municipales y gentilicios europeos, así como en las banderas de diversos países del mundo.

Horacio Concepción

Miguel Pérez Calero

Ya en la antigua Grecia las estrellas se tenían como el símbolo de los héroes, pues según los antiguos griegos las estrellas eran las almas de estos que brillaban en el firmamento tras su fallecimiento, mostrando así las acciones generosas que habían hecho en esta vida. En las armerías europeas las estrellas, por su permanencia e inmutabilidad, son muy frecuentes en todos los blasones, relacionándose con: «la imagen de la felicidad y significa la grandeza, la prudencia, la verdad, la luz, la majestad, la paz y la eternidad».
Horacio Concepción

Miguel Pérez Calero

La estrella de cinco puntas (que se obtiene extendiendo los lados de un pentágono regular hasta que se encuentran), fue utilizada en la Edad Media como talismán contra la brujería. La frase enunciada por el científico y pesador Carl Sagan: «somos polvo de estrellas que piensa acerca de las estrellas», es una de las ideas más científicamente poética basada en la evolución del universo. Después del Big Bang, la única materia que existía eran los átomos de hidrógeno, el elemento más básico y ligero del universo, a partir de ahí se formaron los demás elementos hasta llegar a nuestra propia existencia molecular. ¿Donde? En el interior de las estrellas. Según los últimos estudios científicos realizados el 97% de la masa del cuerpo humano está conformado por materia procedente de las estrellas, por lo que literalmente estamos constituidos de materia astral.

Horacio Concepción García

Sociedad de Estudios Genealógicos y Heráldicos de Canarias

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