Un poeta isleño es de tierra adentro y es de mar.
Municipio de Gáldar – Poemario: “Panolillo” y “Con Gáldar en el Corazón”
Felipe Juan Pérez Reyes
PRÓLOGO de Dr. Juan Sebastián López García (Cronista Oficial de Gáldar)
Un poeta isleño es de tierra adentro y es de mar. Una isla atlántica, aún perdiendo el horizonte marino en su interior, vibra con el arrullo del océano. Manuel Díaz García es un poeta que en los versos de su libro Con Gáldar en el corazón (2015) recorre una geografía contrastada, de romper de olas y de pinares entre brumas:
el aroma salífero de tus playas
se mezcla con el olor de los pinos
de tus montañas
(poema I).
Desde la montaña
o desde la playa,
en mi cielo
las estrellas
son gotas de rocío
que alimentan mi alma
(poema VII).
Yo soy galdense
de tierra adentro;
donde el corazón
del labriego
echó raíces
…
Yo soy galdense
de tierra adentro
(poema VIII).
De cumbre a mar anda entre sensaciones, pasiones, gentes y oficios, tradiciones y costumbres. Un recorrido acompañado por variados personajes, de tiempos no tan lejanos, pero distanciados por los cambios de la segunda mitad del siglo pasado y que él intenta abrazar en un mismo instante. En este poemario, Manolo es un visionario de mucho que no vio, que no pudo ver por su juventud, de personas que nunca conoció. Pero los poetas son seres extraordinarios y seguro que con el aroma de los panes recién salidos del horno, dando calidez a las frías noches de los inviernos de Juncalillo, siempre le afloran imágenes que acuden para que el vate las pinte en sus versos. Él emprende esos caminos con su paisanaje, con un aire de melancolía, ensimismado, recogido y concentrado, como si no quisiera que nadie le perturbara, poniendo ese sentimiento en el Faro de la Punta de Sardina:
y le acompañaba en su soledad,
y al que algún
caminante melancólico,
ancló sus pesares.
(poema XVIII).
Es un “andar y ver”, siguiendo el título del poeta también galdense Francisco Rodríguez Batllori (1908-1990), con el que Manuel Díaz tiene paralelos y coincidencias temáticas, aunque nunca tuvieron relación ni se conocieron; se diría que la galdaridad aflora en ambos, con analogías que van más allá del paisaje. Los dos recorren caminos desde la evocación y la nostalgia, unidas a la magua del pintor Padrón (1920-1968):
componiendo
la dulce melodía
de mi melancolía
(poema VII).
El melódico oleaje
de este mar dorado
acuna mis recuerdos
(poema IX)
Antonio,
te digo,
que la magua
nos quedó a nosotros
los que te amamos
a través del tiempo
(poema XXI).
Brota en él la fuerza que la tierra ejerce en sus hijos poetas, como también Gáldar lo hace en Francisco R. Batllori, Baltasar Espinosa, Sebastián Monzón, Ángel Sánchez, José Cástor Quintana y Margarita Ojeda, por citar unos pocos. Es un poemario descriptivo, casi una poética de viajes en los territorios y los tiempos del municipio, tomando paralelismos con los citados Frasco Batllori en sus “viñetas” y Chano Monzón en sus múltiples poemas dedicados a Gáldar. Es proverbial como acuden a los versos una galería de personajes, en el escenario preferencial de la Plaza de Santiago y la calle Larga. Manolo Díaz los conduce al entorno central de su ciudad y entra en una especie de trance que le permite ver en el tiempo, ver y conocer lo que los años dejaron atrás. Visiones de otra época de quienes con sus perfiles humanos lograron entrar en un imaginario colectivo y cuya memoria el poeta recupera: Pepe Cañadulce, Pancho Platero, Doña Lola, Gabinito, Yoyito, Carmen la muda, Catalinita la lora, Juaquiles, Julianita la locera, etc. Galdenses que si no se supiera que son reales, pudieran ser sacados de las páginas de un libro. Literarios y cinematográficos, como la imagen fílmica -propia del neorrealismo italiano- de un elegante caballero, alto y delgado, vestido de negro, paseando en solitario alrededor de la fuente de la plaza mayor:
Don Antonión de los Ríos
con una espléndida flor
en la solapa,
solapa en la que siempre
es primavera
(poema XV).
Hombres y mujeres reales, aunque todos desaparecidos, pero también aparecen en los poesías personajes anónimos, sin nombre, del mundo agrícola, ganadero y marino. En 1967 el escritor guiense Pablo Artiles Rodríguez (1906-1983) había ambientado en Juncalillo de Gáldar su novela “Las campanas son de Bronce”, donde el dialecto isleño es utilizado en los diálogos de los protagonistas, en una línea de integración en la literatura culta de los rasgos lingüísticos diferenciales del español de Canarias, que también utilizaron otros autores. En paralelo, Manolo Díaz, en algunos de los escritos, incursiona en relatos breves, escenificables, narrativos, dentro del ámbito del costumbrismo, donde introduce giros del hablar de los grancanarios:
¡Hey, Canelo!
pasa por cimba y atócalas pá cá
¡espabila perro del diablo!
(poema X.III)
Hombres y mujeres del campo, labranza y ganado con sus ciclos que marcan el calendario de los labradores y los pastores, apareciendo los tiempos bananeros y sus tareas, el rico “plátano mayero”, las cebollas y las ovejas, con decires del acervo popular:
y a ti Mariquilla te digo,
la cebolla es como el hombre,
cuanto mas maltrato, más responde
(poema XII)
Entra junio,
suelta el carnero,
que la oveja quiere macho.
(poema X.II)
Manuel se hace voz del pueblo, del canario invadido, de los campesinos y costeros, artistas y artesanos, varones y féminas. Y en el mundo marinero, el poeta entra en las emociones íntimas y el canto al amor viene de la sardinera, mujer del pescador:
¡Son tantas las caricias y besos
dejados en la orilla!
Esperando que el oleaje
los posara en su amado,
tantas ganas de amor
perdidas en el vacío
(poema XIII)
Gáldar se ofrece como lo que es, un emblema de la canariedad más profunda, recordando aquel calificativo que Celso Martín de Guzmán (1946-1994) dio a nuestra ciudad: la raíz de la isla. Así es, Manuel García a través de su visión transmite unos intensos sentimientos canarios, aflorando la historia ancestral:
Andamana regresa bella y alzada
A su lado Gumidafe, fiero y erguido
(poema V).
Versos que parecen una contemplación de los retratos que de los primeros semidanes hiciera Juan Borges Linares (1941-2004), relieves labrados en madera que el poeta admira junto al drago centenario, árbol que hace llegar del mítico jardín donde crecían las manzanas de oro:
Yo sé
que de existir
el paraíso,
seguramente,
decidiste un día
abandonarlo,
y guiado
por las Hespérides
llegaste a mi ciudad.
(poema XVII).
En sus estrofas se mete en la piel del peregrino que acude hasta el patrón Santiago, caminante que en su recorrido se encuentra con los variopintos personajes ya referidos. Es fácil imaginar la figura de este romero, que fuera tan típica y ya desaparecida, con el terno de los entierros y de los días de fiesta mayor, con su imprescindible sombrero. En el poema XV, el Viejo, parece una alegoría del final de la vida, donde pasan las imágenes de años (“en su solitaria procesión”), y la visita al apóstol es una despedida:
Allá va el viejo
con su cachorro puesto
por la calle Larga
para echarle a Santiago
su plegaria.
…
El viejo suspira
y se vuelve para el Santo,
se quita el cachorro
y entra en la iglesia
clava su mirada
en los ojos del Patrón.
…
Echada la plegaria
empieza a desandar
el camino
con la esperanza
de que, esta vez,
fuera su ultima peregrinación.
(poema XV).
Pero también Manuel tiene poemas de fiesta, que en el agosto galdense llega en la centenaria rama de Santo Domingo:
El sonido ancestral
de los caracoles
convoca a tu pueblo,
Juncalillo.
(poema XVI).
Con Gáldar en el corazón (2015), Manuel Díaz García hace un canto general, con mirada de totalidad, al municipio. Un recorrido de espacios y tiempos, de gentes, de sensaciones, de visiones, de captación de instantes, en el trigo de la cumbre y en la mata de plátano en la zona costera:
Y que la platanera
lleva el sol en la hoja
y agua en el tallo
(poema XI).
Y el trigo
dócil
se deja llevar
(poema IX).
Con un fondo de música, Pedro Espinosa (1934-2007) al piano, interpreta aires contemporáneos para una Gáldar que Manuel Díaz ama y canta con las letras:
Gáldar dibujaré sonrisas en el viento
para decirte lo que por ti yo siento.
En tu corazón canario suena el latido,
de aquel pueblo hermano que dieron por perdido.
(poema XIX).
Dr. Juan Sebastián López García
Profesor de la ULPGC
Cronista Oficial de Gáldar
PRÓLOGO del Sr. Alejando Dieppa León (Escritor)
“UN YO PURO CAMINANDO POR TAMARÁN”
Todo Ser humano lleva en su interior un viajero
que disfruta descubriéndose a sí mismo
en cada recodo de su camino…
Un Yo verdadero,
un remanso de paz…
Un verbo sincero,
una certera verdad…
A Manuel Díaz…
A Felipe Juan…
Imaginemos un lugar, dentro de nuestra querida, amada y milenaria bola azul, donde nuestro Yo más puro y verdadero se muestre tal y como es, vestido de una luz sincera, ante la madre naturaleza, con la noble intención de alcanzar una epifanía existencial que le lleve a fundirse con el manto de la paz más profunda para poder irradiar, a través de espasmos positivos, al mundo terrenal que le toca vivir una luz de armonía eterna con la intención de poder avanzar en el camino de la verdad.
Uno de esos infinitos lugares, mundos físicos u oníricos, donde podríamos alcanzar este orbe de perfección podría ser la orilla de un discreto arroyo donde el murmullo del agua corriendo a nuestros pies nos relaje lo suficiente, mientras reposamos nuestro cuerpo de espaldas sobre la verde hierva, como para poder percibir, revestidos de nítida claridad, el canto sereno de los pajarillos que revolotean, de aquí para allá, entonándonos historias relajantes en ese meloso idioma universal que todos entendemos y con el cual conectamos sin ningún problema mientras arropamos nuestro ser físico con la cálida energía exhalada por el manto azul con el que se viste el cielo que nos cubre.
¿Estarán de acuerdo conmigo a que en este paradisiaco lugar podríamos encontrar a Manuel Díaz meditando uno de sus poemas?
Otro de estos lugares podría ser una playa de nuestra querida Gran Canaria, ¡porque no! si tenemos muchas y apolíneas, donde el caprichoso e indómito Atlántico, universo sobre el que viajan, viajaron y viajarán las esperanzas, sueños y fortuna de todo aquel ser aventurero que se arriesgó a probar el sabor de esta tierra afortunada, besa, cuando quiere, y moldea, cuando le apetece, la rubia o negra arena que todos hemos pisado, acompañados o solos, meditando el paso mientras imprimimos en acento justo en el trazo de nuestra huella vital.
¿A que también vislumbran la figura de Manuel Díaz en esta playa mientras caminando le cuenta al mar con el que dialoga a menudo las historias que piensa escribir en cada uno de sus libros?
Y otro de estos lugares, uno más metafórico, pero no por ello no menos eterno y efímero a la vez, dualidad que solo se comprende cuando pendulamos el yin y el yang, es el blanco marco de una hoja de papel virgen que nos invita a componer infinitos lasos de diversos colores y medidas que entrelazados entre sí tienen la maravillosa capacidad sobrenatural de poder transportarnos a los tres lugares dibujados con palabras en este prólogo y a cualquier otro lugar que la mente creativa del autor de este libro ha tenido para bien componer para deleite de su lector.
Sí, lo afirmo desde el convencimiento más sincero y además subrayo también, por considerarlo de justo interés, que podríamos habernos encontrado a nuestro viajero de la palabra, Manuel Díaz, cultivando la sapiencia necesaria para trascender más allá de lo que se enhebra en el correr de sus días:
Anotando e investigando, antes de pasarlas a limpio en su cuaderno de notas, sus experiencias vitales.
Caminando por calles empedradas o asfaltas es esta urbe en la que nos encontramos presentando este libro.
Sentado en los bancos de plazas con sabor a sana humanidad contemplando las historias que corren delante de sus ojos.
Recorriendo senderos y veredas donde los antiguos canarios, pastores con su ganado o agricultores con su cuchillo canario al cinto, su cachorro en la cabeza y su cigarrillo en equilibrio sobre su labio inferior forjaron nuestra identidad. Sí, nuestra identidad, porque la tenemos y la defendemos desde distintos foros y marcos: Un claro ejemplo es este libro al que también podríamos darle la categoría no sólo de poético, sino de etnográfico.
O, simple y llanamente, siendo fiel a la naturaleza humanista, sencilla y diáfana de nuestro autor, tomando un mañanero café mientras charla en cualquier otro idílico lugar de nuestra ancestral y autóctona Gáldar, o Ágaldar, con uno de sus habitantes, históricos, cuando hace un ejercicio de invocación al pasado, o latentes o actuales, de los que ha conocido o le han hablado, que podríamos en dividir en varias categorías:
· Los pertenecientes a la preconquista o conquista como el gran Guanarteme (Guan -hijo de- más Arteme), las Guayarminas (o Magadas) o al Dios al que invocaban o por el que se inmolaban en la guerra, Acorán, entre otros.
Muestra de ello cito del libro el poema II:
Las Guayarminas me esperan en las orillas
de su llanto eterno
y
el tiempo parece haber quedado mudo…
Esperando justicia.
Acorán hizo oídos sordos y abandonó a su
gente:
Tal vez ellos no le dieron lo suficiente o lo
suficiente no le bastó, o tal vez,
¡quién sabe!,
sólo es un peldaño más en la evolución.
Poema donde el autor se cuestiona las razones del desamparo vivido por el pueblo canario al cual el pertenece y ama, pero que al final concluye, acertadamente, es mi meditada opinión, que puede haber sido la aculturación sistemática y corrosiva vivida desde la conquista la causante de que en la actualidad los que se reafirman en la identidad isleña sean tomados como unos entes extraños en discordancia con las razones mercantilistas y mundanas que rigen la vida actual de esta isla y del resto del archipiélago.
· Los espectrales que el autor menta como «maragullos» (fantasmas).
Muestra de ello cito del libro el poema III:
Los “maragullos” vinieron a amedrentar a mi
pena y ésta era tan negra y vieja que los
“maragullos” huyeron despavoridos.
¿Cómo apagar el dolor de una madre a la
que le matan el fruto de su vientre?
¿Cómo calmar el llanto de una madre
ultrajada, vilipendiada, violada, a la que le
aniquilan su dignidad?
Pobres e inofensivos maragullos, ustedes no
lo sabían, pero había un poder maligno que
os superaba infinitamente.
Poema donde el autor ahonda en el dolor de una madre, la cual podría ser una madre física a primera vista, pero que si profundizamos un poco en sus líneas nos damos cuenta que es su madre patria de la que habla. Sí… Su madre patria que es también la tuya, la mía, la nuestra y la de todo aquel que la defiende y la valora con su trabajo y respeto (acto reflejo con el cual sigue reforzando lazos con sus raíces) mediante la telúrica negra sombra de los «maragullos» (fantasmas), que en definitiva también es una forma de no olvidar a los que no están, su propia familia o a los que sufren por los hechos vividos.
· Y los terrenales, como entre otros muchos con sello y sabor propios, dibujados en este libro con palabras que tienen ustedes que descubrir, recordar y hasta releer cuando profundicen en la lectura de este libro. Un trabajo con doble lectura y para muestra de lo dicho cuatro sencillos trazos:
En el primero es “Mastro” Saturnino y para saborearlo cito del libro y el extracto del poema X:
III
—¡“Hey”, Canelo! Pasa por “cimba”
y “atócalas pa’ cá” ¡Espabila perro del
diablo!
—¿Qué pasa “Cho’” Juan? ¿Qué
escandalera es ésta?
—Nada “Mastro” Saturnino, no sabe usted
que a finales de julio, principiando agosto,
se seca la oveja, asunto del trabajo
del carnero, y aprovechamos “pa’ dirnos pa’”
Tejeda que aquí ya no queda que rumiar
hasta octubre, que ya los volveremos a ver
por “asquí”.
En el segundo es Santiagüillo y su abuelo y para meditarlo cito del libro y el extracto del poema XI:
—Sí abuelo, ya me has dicho, ni sé cuantas
veces, que son de los tiempos de María
Castaña y que la platanera lleva sol en la
hoja y agua en el tallo que no le falte a
diario.
En el tercero es “Paquita” y para reírnos cito del libro y el extracto del poema XII:
—¡“Arrejundan” chiquillas que la cebolla
nos espera! “Asúbanse” las enaguas
“amárrense” fuerte el delantal y aprieten
bien las nalgas que risas y lágrimas
vamos a dejar, por aquí las de enero,
allí las de febrero y por allá las de marzo.
Y el cuarto y último es “Jacintilla” y para degustar la sanaquería de esta toleta cito del libro y el extracto del poema XII:
—¡Paquita! —le grita “Jacintilla”—, que la
nueva se queja de la ventolera.
Personajes o personas, macerando el sabor autóctono, llenos de ternura e identidad, que se expresan tal y como son, sin complejos, como su creador o su cronista, bebiendo de las raíces del drago ancestral el agua con la que se empapa nuestra amada tierra que se saborea, rezumando deleite, en cada linea trazada en este libro por Manuel Diaz y que el ilustrador, nuestro milenario maestro del Yang, Felipe Juan, tan bien ha sabido plasmar: como en otros libros dedicados a otros pueblos y ciudades de nuestra Tamarán y que por derecho propio, cuando se complete su número, serán un hermoso homenaje a nuestra tierra hecho por quienes la aman y la sienten correr por sus venas y alma.
Podríamos seguir hablando y profundizando en todos y cada uno de los matices y hebras de este, vuelvo a repetirme, trabajo poético-etnográfico; pero creo que sería injusto para el lector pues le privaría del sabor de descubrirlo en toda su extensión; pero lo que si me permito añadir es que cuando vallan a leer o mejor degustar este libro y en concreto cada uno de sus poemas háganlo no solamente ejercitando un ejercicio de lectura puro y llano, o sea sentados en el sofá de su casa, despacho, cama, cocina o baño, sino que viajen, físicamente, al lugar donde de donde nuestro querido autor, Manuel Díaz, bebió su fuente o del que el autor habla porque ganará en intensidad su lectura y aumentará su armonía espiritual pues habrá viajado, sin darse cuenta, se los garantizo, a uno de los tres lugares que dibujé al principio de este corto prólogo.
Alejandro Dieppa León.
Escritor.

Mi obra pictórica es una obra simbólica, algo surrealista y constituye un canto a la Naturaleza y a la Luz, aquella que nos rodea y ante todo, lo que se encuentra en nuestro Interior.