LA VISIÓN DEL MUNDO ANIMAL DURANTE LOS SIGLOS V-XIX. SAN FRANCISCO DE ASÍS Y SAN AMARO DE PUNTAGORDA

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LA VISIÓN DEL MUNDO ANIMAL DURANTE LOS SIGLOS V-XIX.
SAN FRANCISCO DE ASÍS Y SAN AMARO DE PUNTAGORDA

[HORACIO CONCEPCIÓN GARCÍA]

La historia cultural de los animales está definida por la experiencia humana con el mundo animal y el natural en general. A lo largo de la historia, los seres humanos, adoctrinados bajo la metafísica cristiana y occidental, han promovido una cultura que impulsaba la utilización del mundo animal, como mero instrumento para la realización del hombre; objetos de los que se podía extraer energía, sustento, información, etc. En el Occidente cristiano, hasta el siglo XIX, no nacieron movimientos que sostuvieran el derecho a la vida de todos los seres vivientes, al contrario que sucedió en el budismo y el hinduismo en el Oriente.

Los animales siempre han formado parte de los estudios científicos, arqueológicos, heráldicos, literarios, artísticos, etc., y los bestiarios medievales han constituido, tradicionalmente, un campo privilegiado para ello. Según Arturo Morgado García, en su obra La visión del mundo animal en la España del siglo XVII: El Bestiario de Covarrubias, podríamos dividir en tres las etapas históricas la historia cultural de los animales: la visión simbólica; la positivista; y la afectiva.

La primera etapa, la visión simbólica, regirá hasta mediados de la centuria del Seiscientos, en la cual predominaba una realidad, según la cual, los animales eran juzgados como un mero espejo de los vicios y virtudes humanas; seres inferiores, sumisos e impuros, fruto de la propia imperfección humana. El animal cuya influencia en la vida social, en la economía o en la salud del hombre no era beneficioso, tenía una nefasta consideración. Así, cada especie podía asimilar una virtud o un vicio humano, además de su asociación con lo mágico, lo mítico, lo maravilloso o lo fantástico, llegando a su máxima expresión en el periodo del Medievo.

Si observamos cuadro de El Bosco El Jardín de las Delicias (1490-1500), hallaremos una clave para comprender, de forma global, la significación de los animales en el mundo medieval: la representación material de los instintos.

En este tríptico, en la representación del paraíso, aparecen Adán y Eva junto al árbol de la ciencia del bien y del mal con la serpiente enrollada en el tronco. Los animales —reales o fantásticos— muestran dimensiones muy superiores a las normales, al igual que las plantas y las frutas; hombres y mujeres manteniendo relaciones —con una fuerte carga sexual—, es alusivo a uno de los temas dominantes en esta obra: el pecado de la lujuria. En el panel que representa el Infierno, también denominado «Infierno musical», un monstruo que devora hombres alude al pecado de la gula, otros personajes desnudos, en el interior de una taberna, sentados a la mesa, esperan a que los demonios les sirvan sapos y otros animales inmundos. Es conocido que la serpiente se llevó la culpa de la transgresión de Eva en el paraíso, y Dios maldice a esta especie con la más terrible de las condenas: «te arrastrarás sobre tu vientre y comerás el polvo de la tierra todos los días de tu vida». Así, independientemente de la toxicidad de su veneno, la serpiente se tomó por: «instrumento universal enemigo del género humano». La serpiente en Oriente es símbolo de vida.

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La escolástica medieval, reflejo de una cultura eminentemente simbólica, identificó diferentes especies y las catalogó según su visión de lo positivo y de lo negativo. El lenguaje simbólico abarcaba todos y cada uno de los aspectos de la vida de la población, desde la etimología hasta la liturgia. El código para enlazar con Dios, y la forma de ser reconocidos por Él, era dominar los signos. Dios era representado por el león, el fénix, el pelicano o el unicornio, mientras que el diablo era representado por el zorro, el mono o el lobo —exceptuando la opinión de San Francisco de Asís, que no consideraba a los animales la encarnación del mal—.

En el aspecto negativo el gallo era una ave peleona y lujuriosa. El escorpión representaba al demonio «ponzoñoso y engañoso», pero también en el simbolismo cristiano se asociaba al pueblo judío. El macho cabrío se consideraba: «símbolo del demonio, y en su figura cuentan aparecerse a las brujas y querer ser reverenciado de ellas». La perdiz era símbolo de engaño y simulación. La araña era traicionera e hipócrita. El gato era un: «animal que limpia la casa de ratones, jamás se doméstica, porque no se deja llevar de un lugar a otro si no es metiéndole por engaño en un costal», por lo que se asociará con la traición y ejemplificará al hereje, —en muchas versiones de la Última Cena, no faltará el felino pegado a los pies de Judas—. La rata, verdadero azote para el hombre medieval, se asociaba con el demonio —recordada como transmisora de la peste negra—. El cerdo era un: «animal que sólo nació para la cocina y la gula». Un cuervo graznado se asociaba con la muerte, y si sobrevolaba una casa caería la desgracia en ella.

Entre los seres que poseían virtudes positivas se encontraba la abeja, que destacaba por su industria y su sagacidad, siendo símbolo de: «la castidad y de la elocuencia». Adscritas al elemento del aire, las aves, casi siempre, representan la trascendencia en el plano teórico, así como también la espiritualidad y con harta frecuencia a las almas.

La andoriña (golondrina), aunque era símbolo de la llegada de un huésped molesto, contaba con la veneración de los creyentes, ya que según una leyenda una andoriña alivió los sufrimientos de Cristo, cuando en el Calvario le arrancó unas espinas de la corona. El perro era: «símbolo de fidelidad y de reconocimiento a los mendrugos de pan que le echa su amo». Los moluscos y crustáceos tienen una simbología asociada a su concha y a los peregrinos. Las hormigas eran portadoras del don de la adivinación, sobre todo relacionado con el tiempo: «muchas hormigas año seco; si se ven hormigas que tienen alas es que va a hacer calor».

Las salamandras o perenquenes, por su dieta insectívora, eran muy apreciadas en el interior de las viviendas, se las llegaba a considerar un símbolo de pureza.

Las ranas gozaban, como benefactoras de los cultivos asociadas a la lluvia, de una situación privilegiada en los templos, por ejemplo en las pilas del agua bendita. La mariposa era de las que gozaba de mejor reputación, trascendental y espiritual, ya que se consideraba alegórica de la luz del alma. Se detecta, asimismo, una proclividad a fantasear la realidad: animales reales, como el caballo, aparecen coloreados de azul o de verde, porque también los colores, como tantas otras cosas, tienen su simbología. Pero sin duda, el ser que mayor terror y devastación causó en las sociedades agrícolas de siglos pasados, por sus cualidades polífagas y su capacidad de acabar con todo tipo de vegetales, fue la locusta migratoria: la langosta. Este insecto ortóptero no consiguió purificar su condición de plaga bíblica, estigmatizada ya en las terribles referencias contenidas en el Apocalipsis: «plaga y azote de Dios por los pecados de los hombres». Para la liberación de las plagas, como la langosta, se apelaron a los exorcismos del Campo, hechos por sacerdotes, los cuales entran una ritualidad curativa extrema como son los endemoniamientos y lo que se tiene por maligno. En estos casos el agua bendita, junto con las palabras, actúa como liberación: «no hay nada como el agua bendita para poner en fuga a los demonios y evitar que vuelvan nuevamente (Santa Teresa de Ávila)».

El padre Alonso de las Cuevas, capellán de Puntagorda. Se han hecho todas las diligencias ordinarias que tiene nuestra madre la Iglesia de conjuros, exorcismos, bendición de los campos y mieses con agua bendita, con agua de San Amaro, procesiones, novenas, rogativas, plegarias, exhortación al pueblo para que cada uno en particular suplique y encomiende a Dios, y haga reformación de costumbres, principalmente de los pecados públicos y con todo eso no cesa la langosta, espantosos bichos en los panes. El Cabildo prohíbe, bajo severas penas, a los vecinos de Puntagorda que maten a las gaviotas, para evitar la propagación y aumento de la langosta (1575).

Paralelamente a estas ideas simbólicas, la teología medieval, propiamente hablando, no permitía excomulgar a las bestias, sino tan sólo anatematizarlas, en la medida en que no formaban parte de la comunión de la Iglesia, pero no siempre se cumplían estos preceptos. En cuanto a los casos de procesos judiciales religiosos contra plagas, uno de los testimonios más antiguos se sitúa en Francia en 1120, en los que se declara «malditos y excomulgados» a los ratones y a las orugas. En las Islas Canarias tenemos el ejemplo de 1589, cuando se ordenaba: «Que se digan las nueve misas de rogativa a Nuestra Señora por la langosta, y que se busquen clérigos y frailes que digan misas y luego la anatematicen y maldigan, lo que se les pagará».
La segunda visión, de la historia cultural de los animales, es la positivista, la cual transitará a partir del siglo XVII. La misma estaría marcada fundamentalmente por los intereses descriptivos de las costumbres y comportamientos de las diferentes especies animales, así como de sus rasgos morfológicos y anatómicos, siguiendo las pautas establecidas de lo que se ha denominado el método científico, originado en la ideología ilustrada del ansia de saber. Es a partir de esta centuria, cuando los gobiernos europeos libran una cruzada por el dominio de los océanos, pero asimismo desarrollan numerosas campañas científicas. Desde sus orígenes, la narrativa de viajes ha aportado noticias sobre otras culturas, y esta curiosidad por otros lugares, lejos de decaer, ha aumentado con el tiempo: el turismo.

De finales del Setecientos data la primera clasificación de la fauna archipielágica de Canarias (1796-1798). Esta obra de André-Pierre Ledru presentó un total de 60 especies de la avifauna insular, que serían luego exhibidas en las galerías del Museo de Historia Natural de París.

Entre las aves catalogadas por este naturalista figuraban: el cernícalo, el mirlo, el petirrojo, la alpispa, la pardela o el canario. Los reptiles y las aves son los grupos mejor representados en las relaciones científicas de esta época. En cuanto al resto de los animales, encontramos referencias aisladas a peces, como la vieja o la barracuda:

«Lagartos escamosos de una vara de largo, que todavía se encuentran en el roque más pequeño del paraje, que en la isla de El Hierro llaman Salmore, donde algunos pescadores se han visto bastante fatigados para defenderse de ellos, pues se les enroscaban en las fisgas de hierro y con las colas las torcían (Joseph de Viera y Clavijo)».

No obstante, independientemente de los esfuerzos científicos por estudiar la fauna, en el siglo XVII nos encontramos con un sentido religioso popular, centrado en dar respuestas a las necesidades más inmediatas de la existencia, y deseando el contacto directo con una serie de poderes extraordinarios, a los que se podía invocar en toda situación de peligro; creencias y prácticas con las que el pueblo lo único que pretendía era intentar hacer frente a un mundo hostil y sin control, lleno de muertes, enfermedades, tempestades, sequias o plagas: «porque tan frecuentemente nos están pasando las molestas plagas referidas y las especiales de moros, langostas, lagarta y otras especies de animalejos que destruyen las mieses y viñas, las epidemias de tabardillos, puntadas y otras graves enfermedades que gravan y se extienden con brevedad (1677)».

El 15 de enero, día de san Amaro o Mauro, era costumbre en Puntagorda (La Palma) bendecir y exorcizar a los animales y a los campos contra las plagas. A través de los exvotos a san Amaro, testimonios de fe y de esperanza, se mostraba la gratitud del dolor aliviado o de los desaparecidos males de los pobres campesinos, azotados por las miserias físicas, y también la de los animales que eran vitales para su subsistencia.

Los exvotos tradicionales mostraban la fe pública del agradecimiento, eran los pedazos del milagro de san Amaro. Estas ofrendas, hechas de cera, se colgaban en las paredes de la iglesia, representando vacas, cabras, burros, etc. La cera utilizada era la misma con la que se confeccionaban los cirios y velas para la parroquia.

Para ello existía un cerero o candelero, encargado de la confección de velas y exvotos, ya fuera a través la cera obtenida de las colmenas de abejas o de grasa animal. Tal era la cantidad de exvotos ofrecidos a san Amaro, que su número llegó a preocupar a las autoridades eclesiásticas, prohibiendo estas manifestaciones en el siglo XVIII.

El santo era muy querido en todos los rincones de la isla de La Palma y contaba con fama de ser muy milagroso. Por su parte San Roque era invocado para que no entrara la peste y otros males contagiosos, en las casas, pajeros, cuevas y cuadras del ganado.
La tercera etapa, de la historia cultural de los animales, es la afectiva, en la que no vamos a introducirnos demasiado, y no empieza a dar frutos hasta el siglo XIX con las primeras medidas proteccionistas (aunque con precedentes antiguos, como san Francisco de Asís entre sus ejemplos más destacados), y que se caracteriza por el intento de establecer un marco de relación más igualitario entre los animales y los seres humanos.

San Francisco de Asís (1182-1226), conocido también por el Pobre de Asís por su matrimonio con la Pobreza y su amor a toda la naturaleza, es una de las figuras más conocidas dentro del ámbito eclesiástico en toda la historia.

Las leyendas y anécdotas sobre san Francisco se multiplicaron y se extendieron, dando reseñas de encuentros entre el santo y todo tipo de animales, a los que san Francisco llamaba «hermanos y hermanas»: golondrinas que lo sobrevolaban cuando daba sermones y formaban una cruz; un lobo que llevaba tiempo amenazando a los pobladores de una vecindad, y que fue milagrosamente apaciguado por Francisco, haciéndose amigo de los vecinos que lo adoptaron y le daban de comer, etc. Francisco sentía un profundo respeto por todo lo que se hallaba en la naturaleza, y especial cuidado merecían las cosas más pequeñitas, jamás mataba un insecto. Los fantásticos relatos de sus momentos de oración y de misticismo, rodeado de animales, fueron interpelados por la Iglesia, que quiso conciliar el canon cristiano con cierta sensibilidad moderna, ante un planeta que amenaza en convertirse en inhabitable por hechura del hombre.

Pero encontrar alguna simpatía o preocupación explícita hacia la ecología, o hacia los animales, entre los santos y místicos cristianos es muy difícil. Así, el 29 de noviembre de 1979, el Papa Juan Pablo II decidió proclamar a Francisco de Asís patrón la ecología, y por ende de los animales y de los veterinarios, celebrando la vida animal en cualquiera de sus formas, el 4 de octubre día en que falleció: «alabado seas señor por todas tus criaturas, y por la hermana luna de blanca luz menor y las estrellas claras que creó tu poder, tan limpias y tan hermosas».

«Francisco al llegar a un lugar donde muchos y variados pájaros estaban congregados, abandonó a sus acompañantes en el camino y se dirigió hacia ellos; les saludó y humildemente les pidió que escucharan sus palabras: mis hermanos pájaros, deben amar ustedes al Creador profundamente y alabarlo siempre. Él les dio las plumas que portan, sus alas para volar y todo lo que necesitan. Él les ha hecho nobles entre sus criaturas y les dio un hogar en el aire puro».

Sociedad de Estudios Genealógicos y Heráldicos de Canarias

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