TEMPLOS ATEMPORALES DE LA ISLA DE LA PALMA. BARLOVENTO, GARAFÍA Y PUNTAGORDA (BICs)
TEMPLOS ATEMPORALES DE LA ISLA DE LA PALMA. BARLOVENTO, GARAFÍA Y PUNTAGORDA (BICs).
Horacio Concepción García
Un templo, en general, se reconoce como un emblema representativo del Universo, como un centro místico o eje del mundo. Desde la más remota antigüedad, los templos constituyen una institución omnipresente en las civilizaciones. La construcción de un templo era, de hecho, la repetición de la cosmogonía de la creación del Universo por parte de los dioses. Es, por otra parte, en la arquitectura cristiana un lugar impregnado de significaciones simbólicas.
Los benahoritas o awara, antiguos habitantes de la isla de La Palma, buscaron igualmente trascender los límites de la mortalidad elevando su alma al cielo por medio del mito, la arquitectura, el rito y el símbolo.
Los awara construyeron unos humildes templos denominados igurar o majanos, sobre las cumbres que circunscriben la Caldera de Taburiente; recintos sagrados creados amontonando piedras de forma circular con lajas hincadas en el suelo y rellenos de piedras o lajas de diferente volumen, que suponen la primera manifestación arquitectónica religiosa en La Palma.
Según Mircea Eliade (1907-1986), considerado como uno de los más relevantes historiadores de las religiones, la cima de la montaña cósmica no sólo es el punto más alto de la tierra, sino es también el punto donde dio comienzo la creación. Los templos cristianos erigidos sobre los lugares de culto de la sociedad indígena, se muestran como un elemento espacial y simbólico, como una herramienta para reelaborar su religión y como un marcador de posesión sobre su territorio, facilitando así su aceptación y permanencia en el tiempo.
La palabra templo deriva del latín templum, un lugar separado con el propósito de llevar a cabo allí un augurio. En su origen, este término designaba la zona del cielo que el augur utilizaba para contemplar el vuelo de las aves y establecer así sus augurios. Se pueden distinguir dos categorías básicas de espacios sagrados. En primer lugar los espacios naturales, como es el caso de los bosques, las cavernas —que han desempeñado ya desde la época prehistórica el lugar de un renacimiento espiritual, por ejemplo, las cuevas de Altamira (España) y Lascaux (Francia)—, las lagunas, las montañas, los ríos, los roquedales, los volcanes, etc., cuyo carácter terrible o singular manifiestan la presencia del «poder».
Por otro lado, está el espacio edificado por el hombre, un lugar de erección de un santuario que no es arbitrario, sino el resultado de una experiencia religiosa del espacio, mediante la conciencia de la presencia del «poder», por medio de una revelación o de un «signo» enviado por los dioses, como un fenómeno estelar, un suceso excepcional ocurrido en el lugar, tal la caída de un rayo o la aparición de un animal. La identificación de un espacio como sagrado es el resultado de un proceso interpretativo, influenciado por patrones culturales. Y de aquí, pues, que lo que es «divino» o «clarividente» para una cultura, no necesariamente lo es para otra.
Así, independientemente de sus características arquitectónicas, los templos son erigidos para servir como lugares de comunicación con la divinidad, para transformar con su poder sobrehumano la vida, tanto a nivel físico y espiritual, dando sentido a la existencia y modelando el cosmos.
Dentro del paisaje rural, el edificio parroquial señalaba el perfil culminante del núcleo-cabecera y marcaba su posición preeminente respecto a los demás pagos del término y restantes edificaciones.
La arquitectura del templo cristiano nos remite a la de un templo cualquiera y esta, a su vez, a la arquitectura sin más y propiamente dicha.
No es casual que los tratadistas clásicos pongan, en el capítulo primero de su discurso arquitectónico, el paradigma del templo. Él es el modelo y su arquitectura prototipo de arquitecturas. Primero fue el menhir, monolito prehistórico que afirma la supremacía del ser humano, puesto en pie y, por consiguiente, capaz de mirar al cielo. Luego el obelisco, el cual señala el lugar y se apropia de él, como hito y símbolo que ha quedado establecido, usado principalmente por los egipcios como representación del rayo solar.
No es que la arquitectura se ponga al servicio del poder, es que la arquitectura es el «poder», que hace concebir al arquitecto y todo ser humano sueños de divinidad.
Las plantas de los templos, antes en forma de cruz griega, adquieren durante el siglo IV la de cruz latina. La fachada simboliza la proa de la nave de la Iglesia; el ábside, con su forma redondeada la popa; y el cuerpo mismo del templo la nave. En cuanto a su orientación, el eje del santuario debe de situarse de Poniente a Oriente: «por ser este el país de los milagros y de donde procede la Luz increada». El altar debe situarse frente al este o Tierra Santa, donde tuvo lugar la pasión y muerte de Jesús. Pero además, la parroquia era una institución con una importancia sacramental, social y económica, núcleo fundamental de la comunidad donde reposan los antepasados, se celebran ceremonias por sus almas, se reúnen los vecinos para celebrar las festividades, para organizar la convivencia y resolver conflictos, así como concentrar excedentes, productos o dinero, que los fieles entregaban a modo de ofrenda o en concepto de diezmo.
Desde tiempos inmemoriales, los hombres han emprendido peregrinaciones a los sitios reconocidos como sagrados y potentes, como el peregrinaje hacia San Amaro (Puntagorda), el cual tuvo durante gran parte del siglo XVI, el carácter de las grandes peregrinaciones de la Edad Media.
En esta peregrinación se establecía una relación concreta entre lo terrenal y lo sagrado. El esfuerzo físico para llegar a Puntagorda era una metáfora del viaje espiritual del ser humano, lleno de sacrificios y renuncias, para alcanzar el paraíso perdido y «de superar en sí mismo de una manera natural la condición humana y recobrar la condición divina». Los peregrinos, además de tener una experiencia religiosa excelsa, buscaban satisfacer sus necesidades básicas, tanto en lo físico (salud, alimento) como en lo espiritual (perdón por los pecados, búsqueda de respuestas o cumplimiento de una promesa).
El patrimonio es fundamental para la identidad y memoria de una sociedad. La Unesco define los bienes culturales tangibles como «inestimables e irremplazables», pues representan un testimonio y simbología histórico-cultural para los habitantes de una cierta comunidad.
El patrimonio histórico cultural es una propiedad colectiva heredada de los ancestros, cargado de significados para un grupo social, que ha trascendido las circunstancias temporales para adquirir a lo largo de la historia nuevas cargas semánticas enriquecedoras y que se preserva para garantizar la transmisión de costumbres y valores a las futuras generaciones. Notoriamente, al ser bienes «inestimables e irremplazables», la prioridad hacia el patrimonio tangible es la conservación, pero sin embargo la perspectiva constructiva del patrimonio es cambiante pues de un período a otro las comunidades que lo identifican se relacionan de manera distinta con el mismo y que de esta manera la identidad y memoria también cambian.
Los templos de Nuestra Señora del Rosario (Barlovento), Nuestra Señora de la Luz (Garafía) y San Mauro Abad (Puntagorda), Bienes de Interés Cultural (BIC) con categoría de monumento, tienen en común, según nos reporta el historiador y sacerdote Francisco Caballero Mújica (1921-2002), que fueron fundados durante el obispado (1538-1545) de fray Alonso Ruiz de Virués, el cual consagró durante su diócesis las ermitas de los principales caseríos dispersos por el interior del territorio de La Palma.
El templo parroquial de Nuestra Señora del Rosario (BIC por Decreto 82/1997, del 27 de mayo de 1997) tiene unas medidas exteriores de 35 metros de largo y 9 metros de ancho, y es uno de los mayores de toda La Palma de una sola nave. En esta construcción, situada en la actual Plaza del Rosario formando parte de lo que fue el Llano del Rosario, fue fundada alrededor de 1543, y en ella se distinguen dos secciones:
la cabecera o presbiterio, edificada en el último tercio del siglo XVI con reformas posteriores, donde se situó la primitiva ermita, y la nave de finales del XVII, que va desde el arco toral hasta los pies del templo, donde se levanta el coro.
La Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, al igual que la mayoría de Canarias, es producto de un desarrollo constructivo en el que dejaron su huella los diferentes estilos y hechos transcurridos en el tiempo. Por Real Cédula de Felipe IV de 24 de mayo de 1660 se erigió en iglesia parroquial, al tiempo que lo fueron también las de Garafía, Puntagorda y Tijarafe. Así, el conjunto se nos presenta como un gran santuario, con techumbre a dos aguas, y cuya sencilla fachada muestra la apertura de una puerta principal sobre la que aparece un balcón y, en el mismo eje, rematando el conjunto la tradicional espadaña.
El interior muestra su raigambre mudéjar en los artesonados y simplicidad de líneas arquitectónicas.
La parroquia de Nuestra Señora de la Luz (BIC por Decreto 50/1986, del 14 de marzo de 1986) tiene la singularidad de presentar una planta de dos naves, ejemplo único en La Palma y uno de los pocos que se encuentran en el Archipiélago. La fundación de esta iglesia se puede datar entre 1540 y 1544.
Su cabecera muestra la Capilla Mayor, dividida de la nave principal por un arco triunfal, y dos capillas colaterales, con arco abierto a la mayor. Es una de las mejores fábricas mudéjares existentes en Canarias. Todo el interior está cubierto con un rico artesanado de tea con gran riqueza de lacería. Las arquerías son de medio punto y se apoyan en columnas toscanas.
En la fachada, dos puertas enmarcadas en arcos de medio punto, labrados en piedra, un contrafuerte que separa las dos naves y sobre él se sitúa la espadaña con tres campanas. Sobre nave del Evangelio, única existente hasta 1658, una ventana ojival, y sobre la del Rosario una ventana cuadrangular.
La iglesia de San Mauro Abad (BIC por Decreto 602/1985, del 20 de diciembre de 1985) fue fundada alrededor de 1544 y reedificada en 1576. Hasta 1872 se realizaron numerosas obras y reformas adaptándolas a los nuevos estilos.
El único elemento arquitectónico que se conserva de la construcción del siglo XVI, lo más notable de esta hermosa parroquia, es el arco toral gótico construido en toba marrón, que se sitúa en el ante-presbiterio, antigua capilla mayor, donde se emplazaba una reja de madera que la separaba del cuerpo de la iglesia.
Está erigida en una sola nave con fachada simétrica, compuesta por una puerta enmarcada en arco de medio punto, labrado en piedra, sobre la cual se sitúa un pequeño balcón de madera, rematada por su espadaña de piedra.
Dentro del recinto despiertan interés los trabajos realizados en madera de tea, como las benditeras, aguabenditeras o pilas benditeras, que se apoyan en las columnas del coro.
Nuestros símbolos indígenas más venerados en La Palma son las líneas incisas de los petroglifos, que representan el original ingenio de nuestro sustrato más antiguo. Dentro de los templos el arte y la piedad popular fue acumulando un rico caudal. La intensa relación comercial de La Palma con el Caribe, hacia donde viajaron gran cantidad de comerciantes, militares y religiosos deseosos de dotar a los templos insulares de relevantes imágenes para el culto, fraguó la adquisición de figuras en los puertos de aquellos mercados. Además, las bodegas de las embarcaciones que zarpaban hacia las plazas del norte de Europa, lo hacían repletas de azúcar, y resguardaban con frecuencia, en el trayecto de retorno, objetos artísticos fabricados en Flandes, uno de los grandes epicentros artísticos europeos durante el siglo XVI. Así, el pueblo de La Palma ha laborado a través de los siglos todo un tesoro que a todos pertenece y que, como tal, por todos ha de ser conocido, disfrutado y tutelado en beneficio de las futuras generaciones.
Horacio Concepción García
Sociedad de Estudios Genealógicos y Heráldicos de Canarias