LEVITANDO
LEVITANDO
Oswaldo Paz Pedrianes
y levitas cinco centímetros, apenas despegando las suelas del suelo, en un acercamiento breve a la felicidad. Al menos puedes contar que has estado ahí, aunque luego se escurra como la arena entre los dedos.
Hace algunos veranos, lo logré. Vencí por unos segundos la dictatorial ley de la gravedad, y me elevé durante un breve instante.
Ocurrió en el norte de una pequeña isla atlántica, a la que los lugareños llaman con razón, y con corazón, “isla bonita”.
Probé el líquido que portaba mi copa, y el sabor estalló dentro de mi boca. Perplejo, me detuve, y dirigí mi mirada hacia aquél hombre tranquilo. Y allí seguía, impertérrito. Como si aquél milagro fuese lo más normal del mundo.
Y llegó el otro día, y crucé aquél umbral, recibido como si me conociera desde siempre, con el calor de la buena gente. Y comenzó a hablar, a explicar, a mostrar aquel pequeño lugar, que se desplegaba agrandándose y se plegaba de nuevo, aprovechando los espacios, los rincones, las esquinas, cada centímetro.
Yo le seguía como un perro a la promesa de un hueso, mientras escuchaba cómo hablaba de la ecología, de su cuidado con los productos, de su respeto hacia los viticultores, hacia aquellos que le proporcionaban la uva, su deseo de ser justo con ellos, su certeza de que la calidad y el esfuerzo deben ser correspondidos.
Hablaba como aquél que conoce el camino, que valora el respeto al otro, la sinceridad, que entiende que no se trata sólo de un negocio, sino de entregar lo mejor de ti. Y todo esto lo contaba con el brillo en los ojos del que ama lo que hace. Entonces me di cuenta.
Una vez más estaba “delante de mis narices”: aquél hombre era un maestro. Porque maestro es el que enseña, el que transmite su conocimiento, el que comparte lo mejor de sí, aquél que deja un legado a su paso por esta tierra quemada.
Y también brillaban los ojos de su pequeño hijo, quien le acompañaba en el trayecto, que le miraba desde abajo, que escuchaba la voz del padre con el orgullo que sólo un hijo siente por aquél que juró protegerlo desde que abrió los ojos por primera vez.
Y entendí que esos eran los ingredientes de aquél maravilloso elixir líquido que me hizo flotar en cuanto mi paladar lo sintió por primera vez.
Si alguna vez pasan por ese maravilloso rincón norteño, no dejen de tomar la carretera del puerto, y hacer una parada en Bodega Tagalguén. Pregunten por Juan Jesús.
Escúchenle y prueben sus caldos. Y luego cuéntenlo por ahí. Les agradecerán el regalo.
Oswaldo Paz Pedrianes (Garafía, La Palma, 1971) es Psicólogo y Terapeuta Familiar. Su carrera profesional ha estado dirigida a la ayuda especializada a menores en desamparo y sus familias en el ámbito social, trabajando en diferentes entidades a lo largo de su trayectoria. Actualmente desempeña su rol profesional centrado en la problemática del Acoso Escolar.