La Caldera de Taburiente
La Caldera de Taburiente
Horacio Concepción García
El Parque Nacional de la Caldera de Taburiente es el corazón de la isla de San Miguel de La Palma, un espacio bendecido por una inconcebible sucesión de ángulos y de matices; como una vez refería el célebre Domingo Acosta Pérez: «una especie de Capilla Sixtina», de un laureado paisaje natural, admirado, suma y compendio de la telúrica y todo poderosa fuerza de la Creación.
La descripción de la Caldera de Taburiente es quimérica de plasmar; para poder contemplar su magnitud, hay que acercarse hasta ella y dejar que su ostentación nos absorba por entero los sentidos.
Los primeros parques nacionales declarados en España fueron Covadonga y Ordesa en 1918, y los siguientes por orden cronológico, el Teide y la Caldera de Taburiente, ambos en 1954. La Caldera es una gigantesca depresión calderiforme de 8 kilómetros de diámetro y 20 de circunferencia aproximadamente; cicatriz impresionante del explosivo alumbramiento de una hespéride, surgida del océano sonoro, en el que se encuentran las mayores altitudes de la isla: El Roque de los Muchachos (2.426 m.); Pico de la Cruz (2.351 m.); Piedra Llana (2.321 m.); Roque Palmero (2.306 m.); Pico de la Nieve (2.236 m.); Punta de los Roques (2.085 m.); etc. En los meses de junio-julio estos elevados parajes se muestran hermoseados por la intensa floración amarillo-oro de los retamones, y por el amarillo más tenue de los codesos. Desde estas cumbres, el paisaje fortificado manifiesta la diversidad formal impuesta por el relieve quebrado que se desploma hacia el interior de la Caldera de Taburiente, en una inusitada profundidad espacial formada por escarpes casi verticales, que alcanzan la cota de 430 m. sobre el nivel del mar en su parte más baja, lo que supone unos desniveles cercanos a los 2000 m.
En el Parque Nacional la roca basáltica de origen volcánico, procesión de escorias fraguadas a modo de castros dantescos, llamará la atención al visitante; en algunas paredes, brotan numerosas líneas verticales de color ceniciento que se entrecruzan, son los denominados diques volcánicos, que nos dejan al descubierto una parte de sus cisuras. Estos mismos diques en la parte superior de la isla afloran por la erosión más rápida del material circundante, quedando a modo de murallas erigidas por el hombre, como la Pared de Roberto (Los Andenes), situada en una zona de la cumbre adoquinada de picones rojizo-violáceos:
«Satanás y un compañero llamado Roberto trabajaron en la construcción de una recia tapia durante toda una noche, cada uno por un extremo, con el objetivo de cerrar el paso de la Cumbre a los pobladores de la isla. Cuando faltaba poco para terminar, les sorprendió el canto de un gallo que anunciaba el amanecer, por lo que ambos huyeron dejando la obra inacabada ».
El interior de la Caldera La Caldera parece burlarse de todas las leyes inherentes a la geografía física donde el remate pétreo del Roque Idafe —monolito venerado por los indígenas— es símbolo de verticalidad y ansia de altura, bajo el cual confluyen las aguas vidriosas del Barranco del Almendro Amargo, con el Barranco del Limonero o Rivanceras, que tiene el lecho totalmente amarillo. En el Parque Nacional se asiste a la culminación de una impresionante epopeya natural surcada por profundos barrancos que arroban el espíritu y deslumbran el espacio, origen de una sugerente toponimia (Barranco de las Través, Marangaño o Bombas de Agua, Pico de la Sabina o Erita de los Guanches, Picos de Toney, Degollada de Hoyo Verde, Los Cantos de Turugumay, Verduras de Alfonso, Siete Fuentes, Barranco de los Guanches, Barranco de Altaguna, Barranco Huanauao, Roque Salvaje; etc.).
En la Cascada de Colores las linfas fingen curiosos arcos iris, bajo las sagitarias del sol; las aguas procedentes del Barranco de Rivanceras, nacidas en áreas del complejo basal, presentan un fuerte color amarillento-pardo debido a sus matices ferruginosos, que al depositarse forman estas armonías de color. El agua es la protagonista en el interior de la Caldera de Taburiente donde abundan fuentes, manantiales y cascadas de gran belleza, algunas de ellas como la Cascada de la Fondada o Desfondada de hasta 150 m. de altura. De menor tamaño, pero con mayor caudal, es la cascada del Hoyo de los Juncos, también conocido como Cueva de las Palomas. Varios barrancos constituyen cursos permanentes de agua, como el arroyo de Taburiente (zona de acampada) o el del Almendro Amargo, que en su confluencia originan Dos Aguas, inicio del descenso del Barranco de las Angustias.
Las frondas esconden multitud de aves que compiten a modo de solistas inimitables; la más popular la graja, con pico y patas rojas que agrupada en juguetones bandos suele romper el silencio, desde una lejanía engañosa, con su alegre algarabía dibujando caprichosos arabescos en el diáfano ambiente. En las paredes rocosas anida un ave completamente negra que en el imaginario colectivo es guardián de recuerdos ancestrales, el cuervo; sus roncos graznidos delatan la presencia del principal carroñero del Parque Nacional. En medio de una soledad elocuente y el panorama brujo pleno de magnificencia y belleza, se suele divisar la aguililla o ratonero común, rapaz de considerable tamaño que sobrevuela el panorama profiriendo silbidos apreciables a larga distancia.
El pino, noble hijo de las lavas, es un árbol de longevidad respetable, el más alto y esbelto de la flora canaria y en cuyo corazón nace la tea; vegeta en los acantilados silenciosos de la Caldera de Taburiente donde reina con homogeneidad entre amagantes y corazoncillos. Desde la zona de La Cumbrecita, observando hacia el norte (derecha) del Parque Nacional, se localizan los Pinares de Mantigua, dos manchas de pinos colgados en las escabrosidades; allí se asientan firmemente enhiestos de enormes troncos y altiva copa. A sus pies se aprecia un contorno de color ocre y hacia lo alto otra franja algo más grisácea, frontera de dos grandes períodos eruptivos. Imposible atrapar en conjunto todos los colores; las notas; los perfumes de la Caldera de Taburiente, combinados y revelados, para crear un clima ambiental en una de los más asombrosas exposiciones naturales.
Fotos: Eduardo Díaz, Javí Diaz y Horacio Concepción.
Sociedad de Estudios Genealógicos y Heráldicos de Canarias