Horizontes Históricos Don Pedro – Garafía
Horizontes Históricos
Don Pedro – Garafía
Horacio Concepción y Néstor José Pellitero Lorenzo
Don Pedro se encuentra situado entre los barrancos de Magdalena y el de Fagundo. Su territorio, dibujado de forma triangular, tiene en un vértice donde se localiza la montaña de El Pozo, lugar en el cual nace el barranco del mismo nombre que divide a este pago en dos. El origen del topónimo Don Pedro, se encuentra en fecha temprana a la colonización de la isla; la primera y precisa referencia al mismo la encontramos en un el albalá de finales de 1507, en el que el adelantado Alonso Fernández de Lugo concede a su hijo don Pedro Fernández de Lugo 50 cahíces de tierra y dos fuentes en el norte de La Palma:
- 1507, 4 de diciembre. A Pedro Fernandez de Lugo, mi hijo, 50 cahices de secano de buena medida e dos fuentes de agua que en las dichas tierras están para proveimiento de ellas que son en la isla de La Palma, en Barlovento della, linderos el barranco de Linpisa, el barranco de Juan Adalid y por abajo la mar y para arriba la sierra. Os doy en repartimiento por cuanto fuistes empeñado para ayuda a conquistar las dichas islas y agora por poblador de la dicha isla de La Palma -
La génesis de este relato comienza con las palabras pronunciadas por don V. G. L., alias Quico el de Don Pedro, al referirse a la historia de esta zona en los términos en tiempos de Funes. Entre los primeros propietarios de este lugar, estuvieron el bachiller Diego de Funes, vecino de San Cristóbal de La Laguna (Tenerife), quien en 1515 fue contratado como médico con un sueldo de 20.000 maravedíes anuales.
Diego de Funes obtuvo grandes repartimientos por parte del adelantado; además de tierras en Garafía, posesiones en el Valle de la Orotava y en diversos lugares de Tenerife: «… para poner ocho mil sarmientos y tres mil morales y tres mil pies de castaños…». Funes dejo gran huella en la toponimia de Don Pedro, lugares como: Tahona de Funes, Fuente de Funes, Andenes de Funes, Camino de Funes, son reflejo de su existencia. Las tierras de Funes pasaron a mediados del siglo XVI a ser propiedad de la familia Yanes de Brito.
Pedro Yanes de Brito estuvo casado con Ana Méndez de Córdoba; rico propietario de la época, hace en 1556 compañía con su cuñado Pedro de Alarcón, con el fin de venderle a este último la propiedad. Otros propietarios de esta familia en el lugar fueron Tomé Yanes y María de Brito, hermanos del anteriormente mencionado Yanes de Brito, con tierras en la zona de La Lomadita. Con posterioridad estos vastos terrenos pasaron a manos del bachiller Francisco Espino de Castilla, vecino de Santa Cruz de La Palma, casado con Margarita Van de Walle de Cervellón y Brito. Espino de Castilla, gran señor de la época, construyo un granero en Don Pedro a finales del siglo XVI, dada la importancia cerealística de sus posesiones.
Entre los numerosos lugares de Don Pedro, la tahona es un lugar rodeado por elevaciones; en este caso, el tramo de un barranco junto al principal núcleo poblacional de este barrio. El término tahona procede de tahuna, arabismo que puede comprenderse como molino o muela movida con caballería; este sistema fue establecido en tiempos del imperio romano y su uso se extendió gracias a su fácil instalación en cualquier tipo de lugar.
La agricultura y posterior transformación de los frutos condujo a la implantación de industrias artesanales: ingenios para la aprehensión de la caña de azúcar; lagares para el pisado de las uvas; o maquinarias con piedras de molienda para la molturación de granos. Mientras la caña de azúcar y la uva eran convertidas en un mismo inmueble de transformación, los cereales y las legumbres admitían diferentes infraestructuras para su molturación, con una misma maquinaria pero diferenciadas en la obtención de la fuerza motriz; en este último caso, el agua, el viento o los animales, eran los impulsores de estas maquinarias artesanales, que hacían mover y girar el peso de las piedras molineras de una forma continua y eficiente.
La fuerza motriz de origen animal, consistía en las vueltas de una bestia o res situada en un nivel inferior alrededor de un eje, para transmitir la fuerza a las piedras molturadoras ubicadas en un piso superior. Por este motivo, las tahonas recibían también el nombre de molinos de sangre.
- Aunque Don Pedro cuenta con varios manantiales, cuyas sumas de caudales podrían mover las piedras de un molino, o la exposición abierta de su territorio a la corriente de los vientos alisios, que serían capaces de mover las aspas de cualquier tipo de rotor, fue la fuerza motriz de origen animal, quien impulsaba las piedras molineras de una tahona. -
Esta industria fue habitual durante los siglos posteriores a la conquista, especialmente en el norte de la isla y particularmente en Garafía. Las tortuosas comunicaciones y la lejanía del término con respecto a otros, separados por profundos barrancos, fueron motivos para la instalación de una tahona en este barrio, respondiendo a la demanda de la molturación de granos. Las tahonas comenzaron a perder su protagonismo cuando los molinos de viento se generalizaron y con el aumento del número de molinos de agua hacia finales del siglo XIX. Los molinos impulsados por un motor ―molinas― comenzaron a sustituir tanto a los molinos como a las tahonas durante la segunda mitad del siglo XX.
La explotación forestal ha supuesto siempre una importante fuente de recursos para los habitantes de Don Pedro. Tradicionalmente, las varas, las horquetas, los puntales, las estaquillas y el carbón eran los productos extraídos del monte, mientras que las toses de tea y los palos de pino eran los retirados del pinar. Después de su corte y preparación, las toses y los palos eran arrastrados por una yunta, tirando de uno o de varios troncos. Una yunta se compone por una pareja de reses vacunas que empujan a la par de un peso, unidas por una canga. Las distancias eran largas, alcanzando los diez kilómetros desde el pinar hasta el punto de embarque. Una vez que el pino era talado, su cospio ―madera blanca del pino― era desprendido y el perfil resultante era de forme cuadrada. Con posterioridad uno de sus extremos de la tose era jurado para pasar una cadena, la misma que recorría la solera ―palo largo con un juro en su extremo― que se hallaba unida a la canga.
La pendiente de los lomos que descienden desde el pinar a la costa ayudaba al cómodo descenso de las toses y los palos. Las yuntas eran capaces de tirar de dos o tres toses con un peso de trescientos o cuatrocientos kilos por cada una de ellas. Cuando la pendiente era gradual, los animales realizaban un cómodo trayecto pero una mayor o menor pendiente presentaba serios inconvenientes. Una excesiva pendiente implicaba una mayor fuerza de las toses en la bajada y había un serio riesgo de arrastre de las reses, provocando la pérdida irreparable de los animales o causándoles secuelas que impedirían un posterior esfuerzo. El boyero o gañán ―persona encargada de guiar la yunta― minimizaba el impulso del peso de las toses mediante su retención.
El tronco de un árbol o un palo grueso y largo hincado en el terreno, llamado morón, servía de apoyo para restar esa fuerza. Un cabo largo y grueso aminoraba el desplazamiento mediante una o dos vueltas de esa soga en el morón, soltando poco a poco, para mantener la integridad de la yunta situada en la parte inferior con respecto a la carga transportada (método denominado dar morón). Por el contrario, cuando la pendiente reducía considerablemente su inclinación, las reses debían trasladar las toses de una en una hasta un plano donde las pudieran enganchar la una a la otra y proseguir la marcha.
En el antiguo frente del acantilado, que ha ido retrocediendo por el efecto de la erosión marina, se encuentra la Caleta o Proís de Don Pedro, punto por el cual se comunicaban mediante transacciones marítimas los habitantes con el exterior, sobre todo para el embarque de granos, carbón y varas. El mismo fue considerado como: «… un frágil fondeadero que debe abandonarse a la menor señal de brisa, ya que se encuentra completamente desprotegido…».
Tras este espigón rocoso se refugiaban los bergantines de tráfico interinsular, que según el oficial de la marina José Varela y Ulloa (1739-1794), era un fondeadero muy incómodo. En el pasado la vigilancia de esta caleta se ejercía desde la montaña del Pozo situada a 689 m. de altitud. Otro lugar para la salida al mar era el Proís de la Manga, citado ya en el siglo XVI como un pequeño puerto, el cual era controlado desde la atalaya de la montaña de la Centinela a 306 m. de altitud.
La entidad paisajística de Don Pedro, está conformada por un frontis de acantilado ―con alturas que oscilan entre los 100 y 300 m.―, bañado por el azul infinito del Océano Atlántico, con sus tierras a modo de lienzos abiertos donde se combinan verdes amarillentos, esmeraldas, tonos pardos, ocres y marrones, más los vestigios que nos hablan de otros tiempos, transfiérenosle a este espacio su singular y distinguida belleza.
Horacio Concepción García – Investigador y miembro de la Sociedad de Estudios Genealógicos y Heráldicos de Canarias.
Néstor José Pellitero Lorenzo – investigador etnográfico.
Con publicaciones en
www.bienmesabe.org
www.elapuron.com
www.lavozdelapalma.com
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Gracias a Horacio y Néstor por dirigirse a nuestra revista y compartir su conocimiento con todos nosotros.
Sociedad de Estudios Genealógicos y Heráldicos de Canarias