DELIA

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DELIA
Si no fueran ángeles, pensaríamos que la envidian.

Oswaldo Paz Pedrianes

Delia Pedrianes y Fátima Hernández Pérez

Delia Pedrianes y Fátima Hernández Pérez

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La ves ahí sentada, adormilada en el sillón, con las marcas del paso del tiempo tatuadas en el rostro, surcos que han sido cauces trasladando ríos de lágrimas. Eso sí: las lágrimas a escondidas, borrando las huellas del dolor que van cayendo al suelo tras de sí, usando su sonrisa perenne como bayeta. Ya la enjugará cuando nadie mire.
Esa sonrisa que ahuyenta los nubarrones, el antídoto contra la mala suerte, esa que parece le fue asignada en un sorteo macabro donde le entregaron todos los números. No se permitió nunca mostrar debilidad, siempre en pie aunque el miedo y el temblor intentaran vencerla al intuirla frágil y desarmada. Craso error. Perdieron muchas batallas contra ella. Todas. Confundieron la paciencia con la resignación. Pero no se cansan: siempre intentan volver. Y ahí sigue, sostenida por sus maltrechas rodillas, navegando ante cada nueva tormenta agarrando con fuerza el timón, silbando alguna tonada que guarda en un cajón de la memoria, mientras el viento golpea su cara sorprendido de su fortaleza. No sabe que con los palos que le ha dado la vida, construyó una casa tan fuerte que ni mil lobos soplando a la vez podrían destruir.

La niña que venció a la pobreza con su imaginación, que construyó sus propios lápices de colores con ramas y flores machacadas, aquella que diseñó sus propios vestidos porque vivía en el fin del mundo, allí arriba, la mujer que cuando paseaba por la calle producía esguinces en las cervicales de los muchachos, quienes giraban sus cuellos para seguirla con la mirada; aquella que soñó un futuro de soles para los suyos, la que se puso en pie cada día dejando tiras de piel en las esquinas del camino; ella, ahora, empieza a notar el cansancio. El peso doblando su espalda, las cicatrices de las decepciones marcadas en la piel, la frustración clavada en el corazón, como un cuchillo empuñado por un traidor. El tiempo va muy deprisa. El futuro ya está aquí, tocando en la puerta. Y cuando mira, no le gusta lo que ve. Ya no sabe si rendirse o luchar. Por una vez, duda.

Pero aún hoy, cuando las raíces blancas hace tiempo que salpican su pelo, sigue riendo a carcajadas, espantando a los viejos fantasmas y a los nuevos monstruos que acechan tras cada esquina. Su risa es un faro despejando la noche, disipando las sombras. Ella es la mano cálida que tranquiliza, que sosiega, aquella que buscas cuando las cosas vienen mal dadas. Nunca la soltarías. Nunca te soltaría.

Y ahí sigue, sentada, mientras los ángeles la miran y toman notas para aprender a ser como ella. Si no fueran ángeles, pensaríamos que la envidian.

Oswaldo Paz Pedrianes

Oswaldo Paz Pedrianes (Garafía, La Palma, 1971) es Psicólogo y Terapeuta Familiar. Su carrera profesional ha estado dirigida a la ayuda especializada a menores en desamparo y sus familias en el ámbito social, trabajando en diferentes entidades a lo largo de su trayectoria. Actualmente desempeña su rol profesional centrado en la problemática del Acoso Escolar.

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