César Manrique, nuestro maestro contemporáneo

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César Manrique,
nuestro maestro contemporáneo

Fátima Hernández Pérez

«La alegría más grande que tengo es la de recordar una infancia feliz, veraneos de cinco meses en La Caleta y en la playa de Famara, con sus ocho kilómetros de arena fina y limpia, enmarcada por unos riscos de más de cuatrocientos metros de altura que se reflejan en una playa como un espejo. Esa imagen la tengo grabada en mi alma como algo de una belleza extraordinaria que no podré borrar en mi vida»

César Manrique


César Manrique Cabrera nació el 24 de abril de 1919 en Puerto Naos, barrio de Arrecife; Lanzarote. Don Gumersindo (su padre) procedía de una buena familia de Fuerteventura y emigró a Lanzarote. Nos dejó César a los 73 años, en un trágico accidente de tráfico, el 25 de septiembre de 1992, al lado de la Fundación, cerca de Arrecife.

Las paradojas del destino determinaron que encontrara la muerte en un accidente automovilístico, cuando él detestaba la masificación de los vehículos.

Terminada la Guerra Civil, ingresó en la Universidad de La Laguna para estudiar arquitectura técnica, que a los dos años abandonaría. En 1945 se traslada a Madrid para entrar becado en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde se graduaría como profesor de arte y pintura.

En otoño de 1964, siguiendo los consejos de su primo Manuel Manrique, psicólogo y escritor en New York, marchó a esta ciudad, donde estuvo hasta el verano de 1966. Se hospedó al llegar en casa de Waldo Díaz – Balart, pintor de origen cubano, en el Lower East Side, vecindario de artistas, periodistas y bohemios de esa época. Gracias a su primo Manuel, consiguió una generosa beca en el Institute of International Education, que patocinaba Nelson Rockefeller. Con ella se permitió alquilar su propio estudio y empezar a pintar una amplia obra que fue exhibida con éxito en la prestigiosa Galería de Catherine Viviano.

Estando en New York, escribía a su amigo Pepe Dámaso:

- Más que nunca siento verdadera nostalgia por lo verdadero de las cosas. Por la pureza de las gentes. Por la desnudez de mi paisaje y por mis amigos (...) Mi última conclusión es que el hombre en N.Y. es como una rata. El hombre no fue creado para esta artificialidad. Hay una imperiosa necesidad de volver a la tierra. Palparla, olerla. Esto es lo que siento. Cuando regresé de New York, vine con la intención de convertir mi isla natal en uno de los lugares más hermosos del planeta, dadas las infinitas posibilidades que Lanzarote ofrecía -

Y esta es realidad actual: es imposible imaginarse Lanzarote tal y como es hoy sin César Manrique. Era pintor, escultor, arquitecto, ecologista, conservador de monumentos, consejero de construcción, planeador de complejos urbanísticos, configurador de paisajes y jardines. Era un hombre muy culto. Quienes conocían a Manrique sólo superficialmente ignoraban la carga de puritanismo que ordenaba su conducta. Manrique fue realmente un hombre frugal; no bebía alcohol, no fumaba ni permitía fumar junto a él, se acostaba regularmente muy temprano, y madrugaba, comenzando muy pronto su trabajo en el estudio.

Escultor, pintor, paisajista, urbanista, medioambientalista… César Manrique era cada una de estas cosas y todas las realizó con maestría. «Antes que nada me considero un pintor».

Fue uno de los pioneros del arte abstracto en España. En 1953, cofundador de la Galería Fernando Fe en Madrid, la primera no figurativa en todo el país; allí conoció a Vázquez Díaz. En 1954 realizó su primera exposición abstracta, junto con sus amigos Manuel Manpaso y Luis Feito, ambos de su misma ideología. En la década de los sesenta realizó múltiples exposiciones en España, Alemania, Inglaterra, Suecia, Italia, Austria, Brasil, Japón, Estados Unidos y Finlandia. Hay que destacar su exposición en el Museo Guggenheim de New York en 1964.

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La más trascendental obra de César Manrique es Lanzarote. Consiguió el equilibrio entre la exultante naturaleza volcánica y el arte para saberla interpretar. La maravillosa y cautivante belleza de esta isla, que nos fascina a todos existe gracias a su genialidad. Afirmaba de sí mismo que era un artista y se expresaba en cada momento con los medios que cada momento creía oportunos.

La más importante obra de arte de César Manrique es Lanzarote. Su influencia y su obra han marcado el aspecto externo de la isla. Los lanzaroteños dicen que ha sido él, el que «ha hecho» Lanzarote.

Ya cuando estudiaba en la Universidad de La Laguna, en Tenerife, tenía discusiones con los estudiantes, pues consideraban a Lanzarote como una isla llena de aulagas y boñigas de cabra.

«Para mí, era el lugar más bello de la Tierra y me di cuenta de que si ellos eran capaces de de ver la isla a través de mis ojos, entonces pensarían igual que yo. Desde entonces me propuse mostrar la belleza de Lanzarote al mundo».

Su primera obra fue la gruta de los Jameos del Agua, quizás la más espectacular, con su famoso y espectacular auditorio natural.
Realizó una vivienda de estilo típicamente lanzaroteño que sirviera de modelo y ejemplo, la Casa del Campesino.

Sus creaciones integradas en la naturaleza destacan por su sencillez. Como arquitecto interiorista, lograba una armonía de espacios y volúmenes; citemos el interior del Mirador del Río.

- Mirador del Río

– Mirador del Río

Su deseo de vivir con la lava lo realizó en su propia casa en el Taro de Tahíche. Una belleza única y un ejemplo de integración de una vivienda en la naturaleza, constituyendo un oasis en medio de un río de lava azul-negra petrificada. Posteriormente, pasaría a ser la Fundación César Manrique.

Cada una de sus obras escultóricas tienen una personalidad diferente; no se advierta ningún proyecto plástico coherente y propio. Era la ocasión y el lugar los que condicionaban sus formas expresivas. En cada oportunidad recurría a la utilización de aquellos materiales que le parecían más convenientes.

También el mar y el objeto encontrado en él le darían la idea para la construcción de su obra escultórica más importante: «Fecundidad» (1968), un «monumento al campesino de Lanzarote», de 15 metros de altura, formado por la unión de los depósitos de agua de las barcas de pesca de distintos tamaños y posiciones. Unas líneas rectas y curvas cuyas variantes dan lugar a una estructura abstracta pintada de blanco y elevada sobre una plataforma de rocas. La función simbólica del agua: elemento cuya escasez ha hecho tan penoso y miserable el trabajo del agricultor. La gesta heroica del campesino de Lanzarote, capaz de fecundar con su esfuerzo y tesÛn una tierra seca.

Otra parte importante de la escultura de César Manrique la constituyen los móviles, lo que él llamaba juguetes del viento. En 1990 emplaza uno en Arrieta: una pesada y espectacular veleta de hierro pintada de color rojo, que se mueve suavemente señalando la dirección del viento.

La Fundación César Manrique se ubica en la casa-estudio que habitó el artista, situada en el Taro de Tahíche. Su casa, edificada en 1968 sobre una colada lávica de la erupción ocurrida en la isla durante 1730/36, aprovecha, en el nivel inferior, la formación natural de cinco burbujas volcánicas para configurar un espacio habitable sorprendente y ejemplar en cuanto actuación sobre espacio natural.

Por su parte, el exterior de la casa y nivel superior están inspirados en la arquitectura tradicional de Lanzarote. Quizás sea la obra que mejor representa los ideales personales y artísticos de Manrique. La Fundación César Manrique, creada en 1992, es una institución privada sin fines lucrativos. Su ámbito es internacional. En la actualidad recibe más de 300.000 visitantes al año.

Para César Manrique, la naturaleza fue la referencia fundamental de su arte y de su existencia.

César Manrique

– El artista en su taller

Hasta el final de sus días mantuvo un profundo compromiso con la defensa del medio ambiente y, en concreto, de su isla natal, Lanzarote.

Mi agradecimiento a la Fundación César Manrique.

Me gusta mostrar al Mundo desde esta revista lo que a mi me enamora y poderles contagiar a cada uno de ustedes que me leen en este momento el amor a mi tierra.

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