Ayer

Ayer

Oswaldo Paz Pedrianes

Ayer, con las escasas fuerzas que logré reunir tras perder la última batalla contra la oscuridad recurrente, esa que apesta a miedo, la que clava cuchillos por la espalda y luego echa sal en las heridas, la que espera paciente a que relajes tus líneas defensivas para tatuar en tu alma a fuerza de dentelladas su señal de victoria, intenté no cerrar los ojos mordiendo con fuerza, haciendo chirriar los dientes.
Ayer agité las manos en el aire, mientras gritaba sin voz, como en un sueño del que no despiertas mientras caes en el abismo. Intentaba espantar a las moscas que se reían de mi angustia, mientras realizaban vuelos rasantes alrededor de mi dolor, buscando el aeropuerto de mi piel para posarse. Mis pulmones rezaban de rodillas para que el aire regresara, tras su inesperada huída sin ni siquiera dejar una nota explicando sus motivos, a traición. Paralelamente, el frío escalaba por mi espalda, usando como vía de acceso la columna vertebral, donde había dejado mosquetones y cuerdas de ocasiones anteriores, que facilitaban la ascensión hasta el cerebro.
Ayer, con esas escasas reservas de fuerza, logré tomar en mis manos el viejo reloj de cuerda y comenzar a girar hacia atrás sus agujas, deshaciendo el camino recorrido, retrocediendo en blanco y negro hasta llegar a aquel pequeño rincón seguro en el tiempo, cuando aún no sabía atarme lo cordones de mis pequeños zapatos. Cuando el sudor dejaba de mojarme la frente, cuando encogido apretaba con fuerza mis rodillas entre los brazos, me atreví a mirar mientras mi respiración se acompasaba, disipando la niebla que había formado el telón de los malos augurios. Allí estaba el niño que fui, con sus pantalones cortos, su flequillo y la sonrisa del que no teme a los monstruos. Nunca ha visto las escaleras que llevan al infierno.
Ayer entendí, al fin, que hasta la tormenta más negra termina por difuminarse, que ante la oscuridad y el frío se lucha encendiendo hogueras, que si extiendes tu mano alguien la cogerá con fuerza y no la soltará aunque tiembles, que si soplas fuerte se marcharán lejos los nubarrones. Ayer entendí que todo pasa. Y aprendí a atarme los cordones.